Cleopatra no era ajena al mundo de los colores. Se dice que se daba baños en azafrán por sus supuestas propiedades afrodisiacas. Si era así, debía salir de la bañera completamente teñida de naranja. Se pintaba los ojos con kohl negro y polvo verde de malaquita, y las velas de su barco eran de color púrpura. Cada vez que daba un paseo por el Nilo, todo el mundo sabía que la reina de Egipto iba en ese barco al ver las velas moradas aparecer en el horizonte.
No es casualidad que Cleopatra escogiera ese color para sus velas. De hecho, era una demostración de poder y de lujo muy clara. El púrpura era en su momento el color más caro del mundo, y era difícil conseguir cantidad suficiente para una túnica – imagina lo tremendamente costoso que sería teñir las velas de un barco.
Fenicios
Cuenta la leyenda que Melkart, el dios fenicio, iba una mañana dando un paseo romántico por la playa con su perro. Melkart quería hacer un regalo a su amada y le pidió al perro que le trajera un presente digno de un dios. El perro volvió con la nariz teñida de un púrpura rojizo tras haber olisqueado una caracola en la playa. Fue así como la deidad fenicia descubrió el tinte púrpura y como luego le enseñó a su pueblo los secretos de este color.
Los fenicios fueron los primeros en descubrir que de algunas caracolas marinas en el Mediterráneo se podía extraer un color intenso, con una gran durabilidad y resistencia a la luz. Como color lo tenía todo: era poco común en la naturaleza, brillante, duradero y muy bonito. Pero extraerlo y convertirlo en un pigmento primero, y un tintes después, era un verdadero dolor de muelas. Los fenicios mantuvieron su elaboración como un secreto todo lo que pudieron y pasaron a ser conocidos por este color. Tanto que «fenicios» es el nombre que le dieron los griegos al pueblo cananeo y significa «los púrpuras».
Los fenicios vivían donde hoy se encuentra el Líbano. Se organizaban en ciudades estado, ciudades que aún existen, como Tiro, Sidón y Biblos (el púrpura más conocido era el de Tiro). Estas ciudades estaban en un terreno pedregoso y estrecho que no tenía mucho potencial para expandirse por el este, así que se decidieron por la opción más lógica en tal situación: ir hacia el oeste por el mar Mediterráneo. Su expansión por las costas mediterráneas estaba muy relacionada con el púrpura, porque iban buscando los caracoles necesarios para hacer este color. Tal y como muchas otras culturas a lo largo de la historia, el desarrollo económico y los viajes de exploración fenicios se basaron en la búsqueda de colores.
Múrex
Entonces ¿Cómo se hacía el púrpura? ¿Cómo podían extraerlo de caracolas? ¿El pigmento estaba en el interior de las conchas?
Hacer tinte púrpura era un negocio bastante desagradable y muy apestoso. Primero había que recoger los caracoles en la costa. Dos especies de caracoles producían tintes: múrex brandaris y múrex trunculus. En España se conocen popularmente como cañaillas y hoy en día se venden en cualquier pescadería de la costa mediterránea. Una vez recogidos, se machacaban las conchas y se arrojaban en grandes tinajas. Para convertirlo en un tinte debían descomponerse durante un tiempo y debían ser expuestos a la acción del aire y de la luz del sol.
Lo que produce el color es una glándula del cuerpo del molusco. Al abrir las conchas es de un color amarillento verdoso, pero al exponerlo a la luz del sol se produce una reacción fotoquímica que hace que se vuelva de un morado intenso. La cantidad de pigmento que había en cada múrex era diminuta, y para elaborar tinte suficiente como para teñir un vestido hacían falta unos diez mil caracoles. He aquí el motivo de las ciudades comerciales fundadas por los fenicios. En la costa del Líbano llegaron casi a extinguir la población de múrex, y cada vez necesitaban viajar más lejos en busca de más caracoles.
El color que producían no era exactamente nuestra idea del morado hoy en día. No todos los caracoles producen el mismo color: algunos podían hacer un tono granate, otros tiraban hacia el azul, y otros producían un morado intenso. Es posible que combinaran distintos colores para hacer el púrpura o que cada color tuviera un uso distinto. Algunas banderas de Cádiz son de color granate por el púrpura fenicio, por lo que sabemos que no siempre era violeta. Incluso hay teorías que relacionan la palabra fénix con el color rojo y con un supuesto rey legendario que dio lugar al pueblo fenicio.
La descomposición de miles de moluscos al sol en grandes tinajas producía un olor insoportable y, por ley, las fábricas de púrpura debían estar en las afueras de las ciudades y contra la dirección del viento, para no apestar a sus habitantes. En realidad no sabemos a ciencia cierta cómo lo fabricaban porque la receta no ha llegado hasta nosotros, pero fue uno de los motores económicos de los fenicios y cambió a todos los pueblos con los que entró en contacto.
Los fenicios eran un pueblo comerciante y se dedicaron a vender este apreciado tinte a todos aquellos que pudieran pagarlo. La búsqueda del púrpura tuvo varios efectos secundarios bastante positivos para los pueblos del Mediterráneo. Allá dónde fueron, los fenicios llevaron las viñas, la moneda, la escritura, sus técnicas de navegación y sus veloces barcos (las jábegas) con ellos, y, en el proceso, cambiaron la historia de Europa, del norte de África y de Oriente Medio para siempre.
Varias ciudades en España fueron fundadas gracias a estos intrépidos navegantes, como Cádiz (la ciudad habitada más antigua de Europa gracias a los fenicios), Málaga, Almuñécar o Ibiza. Tanto en Cádiz como en Málaga se han encontrado restos de la elaboración del púrpura en pequeñas piscinas de piedra. Otra ciudad fundada por los fenicios fue la famosa Cartago, que luego daría lugar a Cartagena, en Murcia.
Roma
Los herederos naturales de los fenicios en la producción de púrpura acabarían siendo los romanos. Todas las ciudades antiguamente fenicias pasaron a formar parte del imperio y también fue así con el color púrpura. Sin embargo, los romanos fueron más avariciosos con su uso. Los fenicios lo vendían para hacerse ricos, los romanos lo convirtieron en el símbolo del poder por excelencia.
La toga de los altos magistrados romanos era blanca con franjas púrpuras. Durante la República, era el color de la toga triumphalis, la toga que vestían los generales al volver victoriosos a Roma después de ganar alguna batalla. Julio César fue autorizado a vestir una toga de este color de manera permanente, lo que causó malestar en el senado romano porque el púrpura había sido la vestimenta de los reyes de Roma antes de la República. Muchos pensaban que César quería ser rey, es decir, que quería un poder permanente y no sólo temporal como cónsul. Desde luego tenían razón, y el hecho de que vistiera la toga púrpura de manera permanente era un paso simbólico en esa dirección.
Julio César fue asesinado aquel famoso día de los Idus de marzo, precisamente porque su afán de poder se hizo demasiado evidente para muchos. No sabemos de qué color iba vestido ese día (sería interesante saberlo) pero la toga púrpura no había desaparecido de la vida política en Roma, ni mucho menos.
El imperio empieza con el ahijado de César, Augusto, y los emperadores de Roma vestirían la toga picta, una túnica completamente teñida de púrpura y bordada en oro. En aquellos tiempos no había nada más lujoso, ni nada más indicativo de poder. La exclusividad era tal, que por ley se prohibió a cualquier otro que no fuese emperador vestir este color. El púrpura había pasado de ser un bien caro a ser la representación por excelencia del hombre más poderoso de Occidente.
Bizancio
Con la caída del Imperio Romano de Occidente, el esplendor de Roma se trasladó al nuevo imperio: Bizancio. La capital se traslada a Constantinopla y el imperio se orientaliza. El latín deja de ser la lengua culta, que ahora es el griego. La religión oficial ya es el cristianismo y un nuevo estilo arquitectónico, cubierto de mosaicos dorados, caracteriza a las iglesias de este periodo.
El púrpura sin embargo no ha abandonado su reinado. Los emperadores bizantinos seguirán vistiendo la capa púrpura como símbolo regio, y junto al oro y las joyas, los señalará como las figuras más poderosas de su época. Muchos edificios y mosaicos bizantinos se perdieron tras la caída de Constantinopla a manos de los turcos, pero aún quedan algunos muy bien conservados en Rávena, Italia. En ellos podemos ver a la emperatriz Teodora y al emperador Justiniano, ambos vistiendo una capa púrpura en todo su esplendor.
Sin embargo, el púrpura decaería con Bizancio. No sabemos muy bien por qué, pero la producción de púrpura se extinguió en el siglo XV, justo cuando Constantinopla cayó en manos del ejército turco, y pasó a llamarse Estambul, en 1453. Este hecho marcaría el fin de la Edad Media y el surgimiento de una de las etapas más prolíficas en la historia de Occidente- el Renacimiento.
La Iglesia Católica
Hay dos colores que distinguen a la Iglesia Católica: el rojo y el púrpura. El púrpura, por haber sido el color de los sacerdotes romanos, y el de los altos cargos, acabó siendo también el color de los sacerdotes cristianos. El mismo Jesucristo es representado con este color. Se dice que los romanos le pusieron una túnica púrpura por ser el «rey de los judíos», con la intención de ridiculizarlo y humillarlo (el púrpura ya era entonces el color de la realeza).
La palabra púrpura no siempre designaba un color. De hecho, una de sus acepciones se refiere a un tipo de tela vestida por reyes y emperadores que podía pasar del morado al rojo oscuro. No designaba tanto un color, como el tinte que se extraía de los caracoles y la tela con la que se teñía. La púrpura cardenalicia también puede referirse al tipo de vestimenta que llevaban los cardenales pero, de nuevo, la diferencia ente el rojo y el morado no es clara. Como ya vimos en la última entrada, el rojo se convirtió en el color de muchos altos cargos en la jerarquía eclesiástica a finales de la Edad Media cuando el carmín de kermes sustituye al púrpura de Tiro como el tinte más lujoso y prestigioso del momento.
Ambos colores siguen siendo fundamentales en la vestimenta eclesiástica. El morado ha sido también un color relacionado con el luto y la muerte, de ahí que sea un color importante en la Semana Santa y en la representación de la muerte de Jesucristo.
Las Islas Canarias: otra fuente del color morado
En 1496 los Reyes Católicos conquistan las Islas Canarias (los noventa de finales del siglo XV fueron un puntazo para Isabel y Fernando). Uno de los motivos de su interés por conquistar era, sorpresa sorpresa, obtener un tinte que se obtenía de sus acantilados.
Se trataba de la orchilla, un líquen con el que se hacía un tinte morado y que se vendía a altos precios en Europa. Muchos comerciantes iban a las islas para conseguir orchilla y cuando Canarias fue conquistado, el comercio de la orchilla se convirtió en un monopolio real. Ser un «orchillero» no era nada fácil, ni seguro. Los hombres que se dedicaban a recolectar estos líquenes debían colgarse de peligrosos acantilados con cuerdas para llegar hasta los líquenes. Algunos morían al caerse en el intento por llegar a los mejores colonias.
La recolección de orchilla tuvo tal auge que casi se extinguieron los líquenes en Canarias. El comercio decayó al no tener materia prima y las colonias de orchilla tardaban muchos años en regenerarse. Aún así, cierta producción del tinte se mantuvo a pequeña escala en Tenerife hasta el siglo XIX. El morado es un color raro en la naturaleza y las fuentes para conseguirlo siempre han sido escasas, por lo que es normal que la población local lo siguiera utilizando en la medida de sus posibilidades.
Y hasta aquí la serie sobre los colores del poder. Espero que os haya resultado interesante.
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