Todos sabemos (o deberíamos saber) que la mayoría de colecciones de los grandes museos del mundo se formaron en sus orígenes a través del expolio. Es decir, el delito de incautación del patrimonio histórico, arqueológico y artístico sin el permiso de las autoridades. Aunque parezca cosa del pasado, lo cierto es que el expolio sigue ocurriendo hoy día. Un ejemplo muy reciente es el saqueo del Museo de Bagdag en Iraq.
Durante la invasión a la capital iraquí, el Museo de Bagdag fue asaltado por una multitud. Arrasado, miles de piezas de la colección fueron destruidas o robadas. Lo que en un principio parecía un asalto descontrolado por multitudes enfurecidas, se descubrió poco después como una cortina de humo para el verdadero objetivo: robar las piezas estrella de una colección con objetos de casi 5000 años de antigüedad.
Esta noticia fue más o menos conocida en su momento, pero acabó siendo olvidada en mitad de todo lo demás que estaba ocurriendo en la Guerra de Iraq. Los archivos (que no estaban en formato digital, solo en papel) fueron destruidos para borrar las huellas del robo. Se especula que algunos mercenarios iban con la orden de extraer las piezas más valiosas de la colección, que probablemente entraron al mercado negro o, directamente, a la colección de algún multimillonario.
El saqueo en Roma
El origen de las colecciones de muchos museos se basa en la apropiación forzada de objetos, generalmente a través de la conquista y la guerra. Ya en la Antigua Roma había debates sobre la legitimidad de estos saqueos, incluso llegando a juicio en algunos casos.
Especialmente famoso fue el juicio contra Gaius Verres, en el que Cicerón fue el fiscal acusador. Durante este juicio, Cicerón pronunció una serie de discursos que establecerían lo que era considerado legal y moralmente aceptado en el saqueo. Roma tenía derecho al saqueo de tesoros, arte y objetos sagrados, siempre y cuando se expusieran en lugares públicos. La idea era que estos trofeos servían como ensalzamiento de la superioridad de Roma sobre otros pueblos y territorios. Por lo tanto, el robo estaba justificado si se hacía por y para Roma, pero no para uso personal (como había hecho Verres en Sicilia).
Este mismo argumento fue adoptado por las naciones europeas durante los siguientes siglos, llegando a su punto álgido durante la era colonial.
El caso estrella: los mármoles del Partenón
El traslado de los mármoles del Partenón a Inglaterra por Lord Elgin a principios del siglo XIX es quizás el caso más famoso de expolio. Lord Elgin fue nombrado embajador ante el sultán otomano Selim III en 1801. Al llegar a Atenas, empezó por su cuenta a excavar en la Acrópolis y a extraer piezas y esculturas de mármol. Al cabo de unos años, trasladó más de la mitad de las esculturas del Partenón, así como de otros templos de la Acrópolis, a Inglaterra y las expuso en los jardines de su casa.
La manera en la que extrajo las esculturas de Grecia inició el debate ya en su propia época. Según él, obtuvo un permiso firmado por parte de las autoridades otomanas para llevarse las esculturas. Sin embargo, este permiso nunca ha sido encontrado, ni entre los archivos otomanos, que conservan muchos documentos de esa época, ni el mismo Elgin pudo enseñarlo nunca. Lo único que poseía era un documento en italiano que, supuestamente, era una copia del permiso para llevarse las esculturas.
Lord Elgin fue llamado a juicio por la extracción de los mármoles de la Acrópolis en Inglaterra. Uno de los motivos por los que se puso en duda la legitimidad de sus actos fue que se quedó las esculturas para decorar su casa. Es decir, al igual que Verres, no destinó las esculturas a un lugar público, sino que las guardó para sí mismo. La razón por la que acabaron en el Museo Británico fue que su divorcio fue muy costoso y, como necesitaba dinero, las ofreció al museo. El Museo Británico, aunque cueste creerlo, no se mostró muy interesado. Ya antes de partir para Atenas, Elgin preguntó al gobierno si querían que trajera piezas de Grecia y le dijeron que no.
Hubo un gran debate público en torno al traslado de las piezas a Inglaterra, y muchos personajes conocidos del momento opinaron sobre el tema. Varios de ellos estaban en contra. Lord Byron escribió un poema al respecto, despreciando los actos de Lord Elgin, al que llamaba “vándalo”. Vivan Denon, el director del Louvre por entonces, escribió en una carta que Elgin había “saqueado la Acrópolis”. El barón Sir John Newton declaró que sus actos eran injustificables, y que era terrible que un representante de Inglaterra saqueara objetos que “incluso los turcos y otros bárbaros habían considerado sagrados e intocables hasta entonces”.
Finalmente, el Museo Británico compró las esculturas por un precio mucho más bajo del que había costado la excavación y el traslado a suelo inglés (que había costeado Lord Elgin de su bolsillo). Poco después se les dedicó una zona del museo en exclusiva y se convirtieron en unas de las piezas más famosas de la colección del museo. Lord Elgin fue absuelto del juicio por robo de las piezas y hasta hoy, el debate sigue abierto. Los mármoles siguen en el Museo Británico. Los ingleses llaman a esta colección “Mármoles de Elgin” lo que ya nos indica que, para los británicos, los mármoles ya no pertenecen a la Acrópolis, sino a Gran Bretaña.
Cada año el gobierno griego pide que se devuelvan a Grecia las esculturas, y cada año el gobierno británico se niega. La excusa de que en su lugar de origen no estarán apropiadamente conservados, que al principio se usaba como justificación porque Grecia estaba en guerra con los otomanos, ya no se sostiene. La cuestión es que, si el Museo Británico devuelve estas esculturas ¿Tendrían que devolver todas las demás piezas que fueron obtenidas durante la época colonial? y si fuera así ¿Qué les quedaría?
Los Bronces de Benín
Las esculturas de la Acrópolis no son las únicas en posesión británica que han despertado el debate sobre el expolio. Otro caso muy conocido es la colección piezas de bronce que el ejército británico se llevó de Benín durante el asalto a la ciudad en 1897.
Una expedición de varias de decenas de comerciantes, oficiales e intérpretes dirigidos por el vicecónsul James Philips se dirigía a Benín en 1897. Aunque habían avisado de su llegada, se les informó de que se estaban realizando una serie de rituales religiosos y ningún extranjero podía entrar en la ciudad, por lo que debían esperar. Los británicos ignoraron el aviso y continuaron el viaje. La expedición fue asaltada por un grupo de guerreros y la mayoría fueron asesinados.
En cuanto la noticia llegó a Inglaterra, se mandaron varios buques de guerra para que asaltaran la ciudad como castigo. El ejército británico arrasó por completo la ciudad y se llevó una gran parte de la colección de bronces que decoraban el palacio real. Estos bronces eran una colección de unas mil esculturas y altorrelieves del siglo XIII al XIX, y suponían una parte importante de la historia y la identidad del reino de Benín.
Cuando las piezas llegaron a Londres, muchas fueron a parar al Museo Británico, otras se las quedaron oficiales que participaron en el saqueo, y otras se vendieron a otros museos de Europa y Estados Unidos.
La primera vez que supe de estas piezas fue en el Museo de Bristol, donde había un busto femenino de bronce que era parte del conjunto original. Había un encuesta junto al busto donde se preguntaba a los visitantes si creían que el busto debía ser devuelto a Benín. La respuesta que más gente había seleccionado era que no, porque esos bronces eran ahora parte de la historia británica y, por lo tanto, les pertenecían.
El gobierno de Benín también solicita cada año que le devuelvan las esculturas y, como en el caso anterior, el Museo Británico se niega. En este caso sí siguen usando la excusa de que ellos no pueden cuidar apropiadamente de las esculturas. A lo que el gobierno de Benín responde que ellos custodiaron los bronces durante 800 años y nunca les pasó nada – hasta que las robaron los británicos.
¿Es posible la restitución?
Siempre que he debatido con alguien la cuestión del expolio y de la restitución la gente ofrece los mismos argumentos. Uno, que si se hiciera, los museos europeos se quedarían vacíos y dos, que en muchos casos es imposible saber quiénes son los dueños legítimos u originales, porque esos territorios ya no existen como tal. Otra idea que suele surgir es que, si se los llevasen de los museos europeos y estadounidenses, entonces mucha gente ya no podría apreciarlos. Mientras que los pueblos que los crearon no pueden verlos nunca, y eso sí nos parece bien.
Sin embargo, os voy a contar un ejemplo donde SÍ nos parece lógico y justo que se haga una restitución de los objetos expoliados. Y, generalmente, no se discute, sino que se da por hecho que debe ser así: la devolución de las obras de arte expoliadas por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. De las cuales la más famosa es la devolución del retrato de Adele Bloch-Bauer de Gustav Klimt.
La dama de oro
Klimt pintó a Adele en dos ocasiones, en 1907 y en 1912. En 1925 Adele murió de meningitis. En su testamente dejó por escrito que los cuadros debían ser donados a la Galería Nacional de Austria. Cuando los nazis invadieron Austria, su marido, Ferdinand Bloch-Bauer, se exilió en Suiza y todas sus propiedades fueron confiscadas, incluyendo los cuadros. En su testamento dejó escrito que sus bienes pasaban a sus sobrinos, no a la galería austriaca.
Tras la guerra, los cuadros acabaron en la Galería Nacional de Austria. Ferdinand murió en 1945 y después de eso la propiedad de los cuadros se le suponían a la Galería, por el testamento de Adele. Y porque nadie quería escarbar demasiado en el asunto de la restitución. Sin embargo, a partir de 1998 se crea una ley que pretende promover una mayor transparencia sobre el expolio nazi. Un periodista austriaco descubre entonces que Ferdinand no había donado los Klimt (cinco en total) a la Galería Nacional, sino a sus sobrinos.
Entre sus sobrinos se encontraba Maria Altmann, que había huido de los nazis con su marido y vivía en Los Ángeles. Al enterarse de lo que había descubierto el periodista, intentó negociar con el gobierno austriaco la devolución de algunos de los cuadros. Sin embargo, el gobierno no le hizo mucho caso. Esto hizo que ella, con la ayuda del abogado Randy Schoenberg, iniciara una serie de demandas contra el gobierno de Austria para que le devolvieran todos los cuadros. Finalmente, un arbitraje con tres jueces austriacos sentenció en 2006 que el gobierno estaba obligado a devolver todos los cuadros a los herederos.
La familia vendió los cuadros en subasta después de exponerlos una temporada en el LACMA, en Los Ángeles. Ronald Lauder adquirió el retrato de Adele Bloch-Bauer I por 135 millones de dólares, en su momento el cuadro más caro de la historia. El retrato se ha convertido en la pieza central de la Neue Galerie en Nueva York, cuyo objetivo es recuperar el arte robado a la comunidad judía por los nazis en Alemania y Austria.
Conclusiones
Estos son solo tres ejemplos de obras de arte expoliadas, pero hay muchísimas más. Generalmente, el expolio ha sido más común en obras de arte antiguo o en piezas arqueológicas. Es lo que ocurrió con las expediciones de Napoleón a Egipto (de las que se benefició el Louvre) o el arte egipcio y babilónico en los museos alemanes.
En el caso de lo que trajeron los españoles de América, el oro y la plata se lo gastaron en financiar las muchas guerras que hubo entre los siglos XVI-XVIII. Y la conservación de arte no europeo no era una preocupación de la época, por lo que no hubo un deseo de llenar museos con arte prehispánico. El Prado es un caso algo diferente, porque se formó a partir de la colección real, que fue comprada o comisionada por los reyes de España a lo largo de los siglos.
Lo cierto es que el saqueo y el expolio han existido siempre. Y lo han llevado a cabo todos los reinos y naciones para mostrar su superioridad sobre los territorios vencidos. Al final, en eso se resume todo: los vencedores se quedan lo expoliado. Y los vencidos son obligados a devolverlo, como el caso del expolio nazi o del expolio francés en España durante la Guerra de Independencia. Al perder la guerra, los franceses fueron obligados a devolver el arte robado. Si hubieran ganado, otro gallo cantaría, porque ¿Quién los iba a obligar a devolverlo?