La Historia del Arte está llena de materiales sorprendentes, cuya procedencia y uso tienen una historia fascinante en sí misma. El arte ha sido una de las disciplinas que más ha explorado el uso y la experimentación de materiales de todo tipo: desde los más conocidos y antiguos como madera, piedra o arcilla, hasta invenciones como el pigmento más negro del mundo o el extraño intento de tejer la tela de araña para uso humano. El aspecto material del arte es uno de los más desconocidos por el público pero es a la vez uno de los más curiosos e interesantes.
El hilo más fino
Cuenta la leyenda que, una tarde de hace varios milenios, la emperatriz china Xi Ling-Shi, esposa del mítico Emperador Amarillo, estaba tomando una taza de té sentada a la sombra de una morera. De repente, escuchó un plof, y vio que algo había caído en el té. Cuando fue a sacarlo de la taza, se encontró con una fibra muy fina. Entonces empezó a tirar del hilo, y era tan largo que tuvo que recorrer todo el jardín tirando de él hasta ver su longitud total.
Xi Ling-Shi había descubierto la seda. El capullo, al caer en el té, había perdido la resina que cubre el hilo para endurecerlo, y había quedado como una fibra fina y resistente. Cuando el gusano está listo para convertirse en mariposa, teje su capullo con dos pequeños husos o hileras que tiene debajo de la boca. Las proteínas de seda, que son líquidas dentro de su cuerpo, surgen como un hilo sólido para formar el capullo que lo protegerá durante su metamorfosis. El hilo de seda de un capullo puede llegar a alcanzar los 1000 metros de longitud. Y es la mitad de fino que un cabello humano.
El descubrimiento de este material (se calcula que la sericultura comenzó hace unos seis o siete mil años) sería capital en la historia de China. Prácticamente todos los hogares de China participaban de alguna forma en su producción. Desde hilando y tejiendo a escala doméstica, como trabajando en los talleres imperiales donde se confeccionaban las telas más complejas. Y para venderla surgió la Ruta de la Seda, una red carreteras que iba de China a Europa y a África. Todas las ciudades por las que pasaba este ruta se vieron transformadas por la riqueza y el paso de caravanas y mercaderes.
China mantuvo el monopolio de la producción de la seda durante casi cinco mil años. Su producción y comercio eran tan importantes que intentar sacar gusanos de seda del país se penaba con la muerte.
Sin embargo, China no podía impedir que el secreto de la seda se escapase en algún momento. Primero llegó a Persia, India y Japón. Luego se extendió por el resto de territorios en Oriente Medio y el norte de África. La sericultura llegó a España con la conquista musulmana en el siglo VIII, y sería una industria importante en Andalucía, Murcia y Valencia durante los siguientes mil años.
La seda no sólo servía para hacer ropa. Se utilizaba para pagar impuestos, recompensar servicios religiosos, envolver textos y estatuas sagrados, e incluso como ajuares funerarios. En algunas tumbas se han encontrado telas de seda de cientos de metros de largo. Se convirtió en el soporte de la caligrafía china antes del uso generalizado del papel y también se utilizó como lienzo para pintura durante milenios.
De la seda proviene el término “serigrafía”, que es una técnica de impresión con tinta a través de una malla tensada en un marco. La serigrafía se puede realizar sobre muchos materiales, aunque originalmente fue el uso de la seda como soporte el que le dio el nombre de “escritura sobre seda”. Andy Warhol popularizó esta técnica en el siglo XX con sus famosas Marylins, aunque él lo hacía directamente sobre lienzo, no seda.
Un barniz legendario
Fabricar un violín es una tarea casi mística. Para seleccionar la madera que usará para el instrumento, el lutier (palabra que proviene del árabe “laúd”) pega la oreja al tronco del árbol. Después lo golpea con un pequeño martillo por el otro lado. Si el sonido es el adecuado, los especialistas dicen que el árbol canta para ellos. El árbol escogido sólo puede ser cortado cuando la luna está en cuarto menguante, porque así la savia del árbol ha bajado a las raíces y la madera no tiene tensiones. Si se hace en otro momento del ciclo lunar, el instrumento pierde parte de su sonoridad.
Los violines tienen un aura de leyenda que empezó con los Amati, los Guarneri y los Stradivari: las tres familias de lutieres afincadas en la ciudad italiana de Cremona entre los siglos XVI y XVIII. En 1499 un judío sefardí llamado Giovanni Leonardo da Martinengo llegó a Cremona. Años después, este fabricante de laúdes enseñaría su oficio a dos hermanos: Andrea y Giovanni Antonio Amati. Fue Andrea quien, en la década de 1550, fabricaría algunos de los primeros violines de la historia. Su inspiración fue un músico de Brescia que decidió usar un arco para frotar las cuerdas del laúd como se hacía con el rebab árabe.
Dos generaciones después, su nieto, Niccolo Amati, enseñaría este oficio a los fabricantes de violines más famosos de la historia: Andrea Guarneri y Antonio Stradivari. A día de hoy, los Stradivarius y los Guarneri del Gesu son los instrumentos de cuerda más codiciados del mundo. Su sonido nunca ha sido superado. El mismísimo Paganini (1782-1840) llegó a tener dos Stradivarius, dos Amati y un Guarneri, su violín favorito, llamado Il Canone (“el cañón” en italiano, por su potencia sonora).
¿Qué hizo Antonio Stradivari para crear los mejores violines de la historia?
Hay bastantes teorías, empezando por la madera que utilizaba. La tabla superior del violín tenía que ser de una madera blanda como el abeto de Noruega, que obtenía de bosques cerca de los Alpes. Para la tabla inferior y los laterales se usaba la madera más dura del arce. Una de las teorías para explicar la extraordinaria sonoridad de sus instrumentos se debe al clima y su efecto sobre la madera de esa época. Durante su vida, Europa experimentó una pequeña edad del hielo, unas décadas de frío extremo que hicieron que los anillos de los árboles fueran más estrechos y crecieran más juntos. Lo que como resultado hacía que la madera fuera más densa de los habitual.
La mayoría de teorías, sin embargo, tienen que ver con los distintos tratamientos que aplicaba a la madera. La receta del barniz que utilizaba para sus instrumentos se ha perdido, favoreciendo la leyenda de que este barniz era algo realmente especial. Estudios recientes han encontrado partículas metálicas que podrían venir del tratamiento con sales metálicas que daba a sus instrumentos. En 2009 se publicó otro estudio que exploraba la posibilidad de que el uso de bórax, una sustancia mineral que es un insecticida natural, tuviera efecto sobre el sonido de sus violines.
Otro material muy interesante presente en el barniz es la sangre de drago. La sangre de drago es un tinte de color rojo que se obtiene de la savia de varias especies de árboles, aunque la más célebre es Dracaena cinnabari, una especie endémica de Socotra, una isla al este de Somalia, que ya se usaba en la Antigüedad Clásica como medicina y colorante. Este barniz resinoso es el que le da a los violines y otros instrumentos de cuerda ese color entre naranja y rojo oscuro. Es un colorante tipo laca con bastante transparencia por lo que sirve para resaltar la madera sin ocultar sus vetas y textura.
Sin embargo, muchas de las teorías tienen poco sustento, o han sido desmontadas. Por lo que la respuesta a qué es lo que hace los Stradivarius tan especiales es…que no tenemos ni idea (y eso los hace más fascinantes).
Azul de los azules
El azul es quizá el color con la historia más apasionante (con permiso del rojo). El azul egipcio (un silicato de cobre y calcio) es considerado el primer pigmento sintético de la historia, aunque su receta se perdió tras la caída del Imperio Romano. Durante la Edad Media, el pigmento azul se obtenía principalmente de la azurita (un mineral de cobre). La azurita provenía de Francia y producía un azul muy bonito, pero con el tiempo tendía a transformarse en malaquita y se volvía verde.
El rey de los pigmentos azules en la pintura (el azul como tinte tiene una historia paralela igual de interesante) era el lapislázuli, conocido como azul ultramar. Hay muy pocos yacimientos de lapislázuli en el mundo. El lapislázuli usado como pigmento desde la Edad Media en Europa se traía desde Afganistán (dónde aún se excava para joyería). El nombre azul ultramar indicaba que el pigmento venía de “más allá del mar”. Las piedras se trasformaban en pigmento a través de un proceso bastante complejo en el que se separaba el pigmento de las impurezas.
La mayoría del azul ultramar se quedaba en Italia, sobre todo en Venecia. Marco Polo, el célebre viajero veneciano, fue el primero en describir de dónde venía el lapislázuli al ver las minas en sus viajes por Asia. El resultado de que fuese una piedra de un lugar tan lejano, y de que convertirla en pigmento fuese complejo, era que el azul ultramar era extremamente caro. Podía llegar a costar tanto como el oro. Y sólo estaba disponible en pequeñas cantidades en comparación con otros pigmentos.
El azul Klein
Todo esto hizo que en el siglo XIX se hiciesen varios esfuerzos para sintetizar el azul ultramar, de manera que se pudiese fabricar industrialmente y a un coste mucho más bajo. En el siglo XX, el artista Yves Klein quiso llevar el proceso un paso más allá. Para que esta pintura azul conservase la intensidad del pigmento en seco, se puso en contacto con varios químicos de la compañía farmacéutica Rhône Poulenc. Estos químicos desarrollaron un aglutinante especial de acetato de polivinilo que permitía suspender el pigmento en seco y darle una luminosidad nunca vista hasta entonces.
Debido a su aglutinante, el azul Klein destacaba por tener una textura aterciopelada y una gran intensidad en el color (aunque el pigmento utilizado seguía siendo esencialmente el mismo que se sintetizó durante el siglo XIX). Yves Klein pasó a ser conocido por esta pintura, que patentó con su propio nombre como International Klein Blue, y que utilizó en muchas de sus obras.
Entre las más conocidas se encuentran los lienzos pintados con el cuerpo de modelos que él embadurnaba en pintura. Una vez cubiertas de azul, las modelos rodaban sobre los lienzos extendidos en el suelo, dejando diferentes huellas con su cuerpo y el movimiento. También realizó varias obras basadas en esculturas griegas clásicas con este impresionante color, que parecen emitir luz azul y que combinan la innovación tecnológica con la tradición escultórica europea.
Actualmente a esta tonalidad se le sigue llamando azul Klein, aunque lo cierto es que el color del International Klein Blue sigue siendo el mismo azul ultramar que costaba tanto como el oro, y que los pintores españoles del siglo XVII conseguían en cantidades tan escasas, que lo guardaban celosamente para la capa azul de sus Inmaculadas.
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