La heráldica me encanta porque contiene varios aspectos que me interesan: identidad, símbolos y abstracción. Un escudo de armas representa, de manera muy escueta y simbólica, la identidad de una persona o una familia. La abstracción juega un papel primordial, porque engloba la historia de un apellido en apenas un par de figuras y colores. Es un proceso similar al que sigue el lenguaje: una serie de símbolos que representan un concepto sin una conexión directa con esos símbolos en sí.
Surge en el siglo XI y desarrolla un código, completamente original y único, de representar la identidad (tanto individual, familiar, gremial o institucional) en la Europa medieval, que acabarían por copiar el resto de territorios del mundo.
¿Cómo surgen los escudos de armas?
Su origen está en la evolución del equipo militar a finales del siglo XI y mediados del XII. Los caballeros empiezan a llevar entonces un casco, una armadura y unas protecciones que los cubren por completo y los vuelven irreconocibles. Por este motivo, adoptan la costumbre de pintar sobre la superficie de su escudo (de ahí la transferencia de significado al nombre “escudo”, así como “armas”) figuras geométricas, animales o florales que les sirven como signos de reconocimiento en la batalla.
Al principio estos símbolos no son constantes y son individuales, cada caballero lleva uno distinto y pueden ir cambiando. Se convierten en escudos como tal cuando son siempre los mismos en un mismo personaje y algunas reglas intervienen en su representación. Con el tiempo, esos escudos de armas individuales se volvieron poco a poco familiares (representan a un apellido) y hereditarios. Se utilizan en la guerra y también en los torneos, donde es necesario mostrar la identidad del caballero que participa en la justa.
La búsqueda de la identidad en la Edad Media
La heráldica se extiende con rapidez en el siglo XII, y alcanza a todos los individuos y a todos los grupos sociales. Se ponen en funcionamiento signos nuevos cuya misión es indicar la identidad de un individuo y la de su lugar dentro de un grupo: su rango, su dignidad y su estatus social.
Al principio solo lo adoptan los príncipes y los grandes señores, seguidos de toda la aristocracia occidental. Le siguen toda la pequeña y mediana nobleza, las mujeres, los burgueses, los artesanos, las ciudades, las instituciones, e incluso los campesinos (especialmente en Inglaterra). Finalmente, también lo adopta la Iglesia (empezando por los obispos), aunque fueron más lentos en hacerlo porque fue un sistema que nació al margen de ella.
Los señores no sólo lo pintaban en su escudo o su cota de malla, sino que empezaron a ponerlo en otras superficies, principalmente su sello. El sello muestra y prueba la identidad de un individuo. Los señores solían llevar su sello en el cinturón para demostrar quiénes eran (una especie de DNI) y lo plasmaban en documentos oficiales (como una firma). El uso de los sellos está asociado al nacimiento de los escudos de armas y los apellidos, ya que los tres remarcan la identidad individual y familiar.
A pesar de lo que se suele pensar, los escudos de armas no son propiedad exclusiva de la nobleza. Todo el mundo podía crear sus propias armas y usarlas como quisiera, siempre que no utilizara las de otro.
Reglas de composición del blasón
Lo que convierte al blasón en un código es que tiene una serie de reglas. Para que un escudo fuera válido tenía que seguir algunas normas concretas, no valía todo. Eran pocas y eran simples, pero eran obligatorias en el diseño de los escudos.
Colores
La principal regla de composición del blasón es que sólo se pueden usar seis colores – blanco, verde, azul, negro, amarillo y rojo. El blasón divide los colores en dos grupos: por un lado amarillo y blanco, y por otro rojo, verde, negro y azul. La regla fundamental es que no se pueden yuxtaponer o superponer dos colores del mismo grupo. Es decir, tu escudo familiar puede ser un león rojo sobre un fondo blanco (el blasón de León), o una flor de lis amarilla sobre un fondo azul (el escudo de los reyes de Francia). Pero no puede ser una rosa roja sobre un fondo verde, porque estaría incumpliendo la prohibición de mezclar dos colores del mismo grupo.
Además, los nombres de los colores en el blasón son diferentes, porque este código tiene su propio lenguaje. El azul es azur, el rojo es gules, el amarillo es oro, el verde es sinople, el negro es sable y el blanco es plata. Durante los primeros dos siglos el rojo era, con diferencia, el color que más se repetía en los escudos. Este color era uno de los favoritos en la Edad Media porque se le asociaban conceptos como valentía, honor, nobleza, justicia, generosidad y coraje.
Formas y figuras
En teoría, un escudo puede tener cualquier forma. Pero, en la mayoría de los casos, tienen forma de escudo – es decir, de la pieza de protección militar que se usaba en las batallas y los torneos. Como los primeros símbolos que se usaban para ser reconocidos se pintaban sobre el escudo (aunque también podía ser sobre el casco o la cota de malla), éstos acabaron siendo la figura referente para dibujar el blasón.
En el diseño del escudo se podía usar cualquier animal, vegetal, objeto o forma geométrica. Sin embargo, al principio apenas se usaban unas 50 figuras diferentes. Un tercio son animales (el más común es el león) un tercio de figuras geométricas fijas (como rayas y bandas) y otro tercio de figuras pequeñas, como estrellas. Las plantas (excepto la flor de lis y la rosa), las armas, herramientas o partes del cuerpo son menos frecuentes.
Los primeros escudos son muy simples: una figura de un color colocada sobre un campo de otro color. Pero a partir del siglo XIV la composición tiende a complicarse, añadiendo alianzas y parentescos. Los escudos se vuelven más recargados al integrar las armas de otras familias a través del matrimonio.
La brisura
Un aspecto curioso de estas normas de representación de los escudos es la brisura. A partir de 1200, en el seno de una misma familia sólo el primogénito de la rama primogénita puede llevar las armas familiares plenas (el escudo original). Los demás no tienen derecho a ellas, y deben introducir una ligera modificación que muestre que no son jefes de armas (el cabeza de familia). Esta modificación se llama brisura.
La brisura, que se iba añadiendo de generación en generación, acababa cambiando tanto el diseño original, que las ramas de una misma familia acababan teniendo escudos muy diferentes. A veces es difícil encontrar la relación entre sus escudos y el de la rama primogénita. De esta forma, se marcaba el rango de los miembros de una misma familia.
Las mujeres, sin embargo, no tienen que usar la brisura, porque tienen las mismas armas de su padre, o una combinación de las de su padre y su marido si están casadas. Dado que ellas no podían ser jefes de armas, no era posible confundir su rango con el de otros miembros de la familia. Y su identidad no era propia, sino que la tomaban del hombre que era su “dueño” – su padre o su marido. Es lo mismo que ocurre con los apellidos en algunas culturas, como la anglosajona. Al nacer la mujer toma el apellido de su padre, y al casarse toma el de su marido.
Armas parlantes
Las armas parlantes (en inglés canting arms, en latín arma cantabunda) son aquellos escudos que forman un juego de palabras o establecen una relación de sonoridad con el apellido del dueño del escudo. Por ejemplo, el reino de Castilla lleva un castillo en su escudo, el de León, un león, y del Granada, una granada (los tres presentes en el escudo de la monarquía española). Algunas son menos evidentes o el significado original se nos escapa: Candavene, lleva haces de avena, Minzenberg, una rama de menta, Boulogne, tres bolas, Hammerstein, un martillo. Parte de su apellido lleva la palabra a la que hace referencia el escudo (avene, minz, hammer).
En otros, es un juego de palabras cuyo significado se nos escapa a día de hoy. O la referencia es tan oscura, que es imposible establecer que son unas armas parlantes. Las mayoría de escudos no eran armas parlantes, aunque a día de hoy nos resultan más llamativos y más fáciles de recordar, al asociar el símbolo al nombre.
Adornos
Con el paso de los años se van añadiendo adornos al escudo, como cascos, coronas y collares de órdenes de caballería. Un caso muy famoso es el Toisón de oro, que lleva el escudo del rey de España. La Orden del Toisón de Oro se creó en el ducado de Borgoña en el siglo XIV, y por matrimonio y herencia acabó recayendo en Carlos V. Desde entonces, todos los reyes de España son grandes maestres de la Orden del Toisón de Oro.
En sus comienzos, esta orden de caballería tenía como objetivo unir a varios señores poderosos en la lucha contra el Imperio Otomano y la liberación de Jerusalén de los ejércitos musulmanes. Para formar parte de la orden había que ser católico y el número de miembros era limitado y exclusivo. En el siglo XVIII surgió una rama paralela en Austria, cuyo gran maestre es el archiduque de Habsburgo-Lorena. Imagino que a día de hoy ser gran maestre es algo completamente simbólico y protocolario, igual que los títulos de nobleza.
Cimera
Sin embargo, el adorno más antiguo e importante es la cimera, un añadido en la parte superior del escudo. La cimera es muy anterior a la heráldica, y fue utilizada sobre todo por los guerreros germanos y escandinavos.
Hasta 1200 se trata de una figura vegetal o animal pintada sobre el casco del guerrero. Su objetivo es el de dar miedo e imponer al rival en un torneo. Es una máscara que permite una transformación momentánea, como si el caballero se introdujera en el animal que representa y se convirtiera en él durante la justa.
Su otra función es totémica, pues lo que establece la cimera es la descendencia común de un antepasado célebre, real o fantástico. Es decir, varias familias comparten la misma cimera, y la llevan en los torneos, para decir que todos forman parte de un mismo clan, al compartir un mismo antepasado. Este antepasado puede ser muy lejano en el tiempo, o ser un personaje de leyenda completamente inventado. Curiosamente, descender de un personaje fantástico no supone ningún problema. De hecho, infunde al clan de un halo de poder que lo hace más prestigioso.
Esta idea del fundador mítico de un clan no la inventaron los señores medievales. Los emperadores romanos ya decían ser descendientes de Hércules, y algunos reyes europeos intentaban conectar su linaje con el mismísimo Alejandro Magno. La parentela lejana se resalta especialmente en las dinastías de la alta aristocracia. Son las ramas menores las que más interés tienen en lucir una cimera. Intentan recordar que, a pesar de ser una familia con menos prestigio (o propiedades) que las ramas mayores, siguen formando parte de un clan ilustre.
La idea del antepasado común pretende resaltar el linaje. Constituye la primera memoria de un clan que, varios siglos después de la muerte de un ancestro ilustre, aún intenta reconocerse y agruparse. Diferentes casas nobles francesas usaban un cisne como cimera porque descienden del legendario caballero del cisne, un caballero de un cuento medieval francés que es el supuesto abuelo del Godofredo de Bouillon (líder militar en la Primera Cruzada y gobernante de Jerusalén tras la conquista de la ciudad).
Otro ejemplo de cimera famosa es la que representa al Hada Melusina, un personaje de las leyendas medievales francesas entroncado con las leyendas artúricas, de la que supuestamente descienden los miembros de la Casa de Luxemburgo. La cimera es un dragón sobre una cuba porque esta imagen forma parte de la leyenda.
¿A quién le importa la heráldica en el siglo XXI?
El diseño de los escudos de armas ha tenido un heredero obvio: las banderas nacionales. Muchas banderas han tomados los colores y las armas de la familia real de su territorio, o de una familia noble destacada, para hacer su bandera nacional. Si te fijas, la mayoría de banderas europeas siguen las mismas normas de composición del blasón tradicional: no mezclan los colores de un mismo grupo. Una excepción es la bandera de Portugal (en rojo y verde, dos colores que no se deben mezclar), que se hizo en época moderna y no tiene un origen en el blasón tradicional.
Pero ahí no acaban las herencias del blasón: los colores litúrgicos, las insignias militares y civiles, las uniformes de equipos deportivos y hasta los carteles de ruta en las carreteras y las señales de tráfico. Todos han heredado su diseño y códigos de representación de los escudos de armas.
Probablemente la ciudad en la que vives esté llena de escudos de armas. En las puertas de las casas, en las fachadas junto a las ventanas o en los dinteles. Generalmente no nos damos cuenta, pero si te das un paseo y observas con atención, descubrirás que están por todas partes. Y la mayoría son realmente bonitos. Incluso puede que tu familia tenga un escudo de armas, y represente una parte de tu historia y tu identidad.
Hola, gracias por compartir información sobre un tema que me interesa, mi apellido es Cabral y tiene su propio escudo. Mi duda es si en un primer momento el apellido fue tomado del escudo o fue al revés ya que el mismo consta de dos cabras rojas paradas en dos patas traseras y con las delanteras tocan un árbol verde. (Gules y Sinople los colores mencionados )Saludos.
Hola Nora, gracias por tu comentario.
En teoría, el apellido es primero y el escudo después. Basándose en el apellido, se diseña el escudo. No sé si tu familia tiene un escudo o es algo que has encontrado online, buscando el escudo de tu apellido. Si es esto último, los escudos que puedes encontrar en internet muy probablemente no tienen nada que vez contigo. Los escudos no van automáticamente unidos a un apellido, sino que van unidos a familias. Es decir, si tu apellido fuese “Alba”, eso no significaría que tu escudo es el de la Casa de Alba, una familia noble española. Aunque tuvieras el mismo apellido, no tendrías el mismo escudo.
Si por otro lado, tu familia tiene un escudo, este habría sido diseñado a partir de vuestro apellido, y por eso aparecen dos cabras. Cada símbolo y color debería tener un sentido específico.