Enseñar haciendo preguntas es mi método favorito cuando me enfrento a los visitantes de un museo. La primera vez que leí sobre este método (fue en los cursos online del MoMA de Nueva York) no lo entendí demasiado bien. Me pareció confuso, ¿Cómo voy a preguntar a los visitantes lo que se supone que YO debo enseñarles?
Probablemente sea una de las primeras cosas que pienses cuando empieces a preguntarte cómo aplicar este método. Aunque se puede usar en todas las áreas de conocimiento, creo que es especialmente útil cuando trabajamos con obras de arte y los visitantes que vienen a un museo.
Después de investigar este método durante un tiempo, decidí ponerlo en marcha con un grupo que iba a asistir a una actividad infantil. Dentro de este grupo en concreto, había un niño al que ya conocía. Era un niño muy inquieto, de unos 7 años, y que tendía a molestar si se aburría. Mantener su atención era un pequeño reto. Cuando, en vez de simplemente hablar yo de la exposición, empecé a preguntar al grupo de niños qué pensaban ellos, qué veían, que les gustaba y que no, etc. este niño se implicó más que ninguno en participar y en aprender.
Y cuando, más tarde, estuvimos haciendo una actividad manual, fue quien hizo un trabajo más original y creativo, concentrado y sin quejarse: la actividad había sido estimulante para él y en vez de negarse a participar o molestar al grupo, se implicó por completo.
Esta anécdota se convirtió en una experiencia iluminadora. Hay muchísimos niños y adolescentes, así como adultos, que piensan que el aprendizaje es aburrido porque no se les ofrecen las herramientas para que estimule su curiosidad. En muchos casos se trata sólo de eso, de encontrar la forma de estimular la curiosidad de los estudiantes. Cuando algo te interesa y puedes implicarte en aprenderlo, lo que vas a conseguir es mucho mejor que cuando haces una tarea rutinaria que no te gusta y que probablemente no tardes en olvidar.
Entonces ¿Cómo funciona?
Básicamente, se trata de dejar que las personas lleguen a sus propias conclusiones, o busquen primero en su propia percepción, en vez de que simplemente se lo demos «todo hecho». Debido al tipo de educación al que estamos acostumbrados, lo que normalmente esperamos al hacer una visita guiada o una actividad en un museo es que la educadora nos cuente lo que nos tenga que contar, sin ningún trabajo por nuestra parte.
¿Qué tipo de preguntas puedes hacer y cuándo hacerlas? esto depende de muchos factores y la forma en que yo aprendí fue simplemente improvisando. Una forma muy fácil de empezar es devolver al grupo las preguntas que ellos te hacen a ti:
- ¿Qué técnica ha utilizado? – ¿qué técnica cree usted?
- ¿qué representa este cuadro? – ¿qué crees que representa?
- ¿por qué ha utilizado esos materiales? – ¿por qué crees tú que los ha escogido? ¿habrías escogido tú los mismos?
- ¿por qué lo ha hecho en mitad de una calle en vez de dentro del museo? – ¿cuál cree que puede ser la intención de hacerlo en un sitio público?
- ¿por qué se autorretratan los artistas dentro de la escena? – ¿qué opinas tú? ¿harías lo mismo si pudieras?
Y así con cada cuestión que pueda surgir. Es una forma muy fácil de empezar y lo más curioso es que cuando devolvemos una pregunta a quien la hace, es común que ellos mismos tengan una respuesta mucho más interesante. Tenemos muchas más ideas y sabiduría dentro de nosotros mismos de lo que pensamos, pero tendemos a subestimarlas o quitarles importancia. ¿Por qué? Porque aprendimos desde pequeños que el maestro es quien sabe las cosas, que nosotros tenemos que acudir siempre a esa figura para obtener información, en vez de preguntarnos a nosotros mismos.
Además, interiorizamos siendo niños que cuando nosotros dimos con una solución diferente a la que nos explicaron en el colegio, nos dijeron que estaba mal y que teníamos que seguir las pautas del maestro. Al hacernos dudar de nuestra propia capacidad para resolver un problema y enseñarnos que nosotros no tenemos las soluciones, sino que es el maestro el que sabe la forma «correcta» de hacerlo, aprendemos desde muy jóvenes a esperar que sea otra persona, una autoridad fuera de nosotros mismos, la que nos diga qué hacer.
La reacción de los visitantes
He comprobado cientos de veces como, al iniciar una visita guiada y hacer preguntas a los visitantes, la reacción inicial es silencio y un poco de incomodidad. Las preguntas son algo tan simple como: ¿qué crees que está ocurriendo en este cuadro? ¿quién crees que es esta persona? o ¿qué crees que representa esta escultura? ¿qué pensáis que intenta trasnmitir el artista? ¿qué emoción asocias a este color?
Preguntas simples, directas, que en la mayoría de las casos se pueden responder fácilmente sólo mirando lo que tenemos delante. Y sin embargo, mucha gente se retrae cuando el foco de atención se dirige hacia ellos en vez de permanecer en el educador.
Sienten que no deberían ser ellos los que tienen que hablar, o pensar, y que han venido simplemente a ser recipientes pasivos de información y, por lo tanto, no tienen la responsabilidad de participar en la conversación. Pero, lo verdaderamente fascinante de incluir a las personas en la conversación y darles la oportunidad de explicar sus propias ideas, es que a la mayoría de la gente, cuando se lanzan, les encanta. Al principio encontramos una breve resistencia, pero en cuanto se han soltado un poquito, no pueden dejar de participar.
Este es el secreto: todos estamos deseando que se nos de la oportunidad de pensar y hablar por nosotros mismos. Lo único que nos frena es un modelo de educación pasiva y el miedo a «quedar mal» o pasar vergüenza. Sólo hace falta dar un pequeño empujoncito y surgirá con naturalidad. La clave de un educador de museo es saber cómo dar ese empujón y hacer preguntas es, en mi opinión, uno de los mejores métodos para conseguirlo.
Además, siempre es un aprendizaje en las dos direcciones. Es un error pensar que los únicos que están aprendiendo son los estudiantes y que el educador o profesor ya lo sabe todo. El educador siempre está aprendiendo de sus estudiantes, y cada persona que aporta una visión diferente enriquece el conocimiento del mediador cultural.
Lo mejor de las obras de arte es que no hay respuestas correctas o incorrectas, y que cada nueva interpretación que se haga de ellas, es tan buena como todas las anteriores. Muchos artistas no quieren hablar de sus obras ni de lo que pretendían con ellas. Su trabajo ya está hecho, es la obra en sí. El resto del trabajo le corresponde a cada persona que interactúa con esa obra. Y no me refiero sólo a las artes plásticas, lo mismo puede decirse de una película o de una pieza musical.
Preguntar es un modelo de enseñanza universal
Hacer preguntas no es algo que se pueda utilizar únicamente en el entorno de un museo. Esta estrategia vale para todo, sea una clase de matemáticas, un experimento en la naturaleza o en un clase de lengua y literatura.
Muchas veces necesitamos información que no poseemos todavía para aprender algo, pero otras muchas basta con que nos paremos a pensar en cómo resolver un problema por nosotros mismos.
Seguro que cuando necesitas hacer algo y no sabes cómo, lo primero que haces es buscar en Google (yo también lo hago). Pero, ¿alguna vez te has parado a pensar en cómo hacerlo sin acudir a que algo o alguien te de las instrucciones? ¿alguna vez te has preguntado a ti mismo si puedes averiguar la solución por ti mismo y con tus conocimientos?
Cuando lo intentamos, desarrollamos nuestras propias capacidades, aprendemos a a ser independientes, nos da confianza en nosotros mismos y hace nuestro cerebro mas ágil y rápido ante cualquier cuestión que pueda surgir en nuestras vidas.
3 thoughts on “Educar a través de preguntas- qué es y cómo hacerlo”