He realizado muchas visitas a exposiciones que han empezado con la pregunta ¿Qué es un paisaje? Ante lo cual la primera reacción siempre era el silencio. Todos sabemos lo que es un paisaje, pero definirlo con palabras resulta más difícil de lo que parece. Antes de continuar leyendo, detente un momento e imagina un paisaje en tu cabeza:
¿Es un paisaje natural? ¿O es una ciudad? ¿Quizás aparecen un río y unas montañas? ¿Es una pintura? ¿Una fotografía? ¿Un recuerdo? ¿Cómo es el marco de esa imagen en tu mente? ¿Es un círculo o un cuadrado? ¿Hay personas o animales?
¿Es un paisaje una ventana?
Paisajes con forma de rectángulo
Curiosamente, el primer paisaje de la historia no es de la naturaleza. No miraba al horizonte, a las montañas o al mar, sino que apuntaba un poco más arriba – Es una representación prehistórica del cielo nocturno en una pared de roca. El primer intento por plasmar un paisaje fue de la noche estrellada, algo que entonces debía despertar gran cantidad de enigmas y emociones. En Historia del Arte, sin embargo, el paisaje se convirtió en un género de la pintura mucho mucho más tarde. Y empezó en forma de ventana.
Fue durante el Renacimiento, cuando en muchas de las pinturas hechas en interiores, se veía el paisaje exterior a través de una ventana. Al principio era solo un detalle de fondo, un componente más de la escena junto con el mobiliario y la arquitectura. Pero estos paisajes fueron creciendo y creciendo hasta convertirse en escenas protagonistas en sí mismas, donde las personas (o los animales) eran ahora pequeñitas y anecdóticas. Como ocurre en la Vista de Delft, de Vermeer, o en los paisajes venecianos de Canaletto.
A veces era una forma de representar la vida sencilla del campo en perfecta comunión con el bosque y los animales. Una forma de nostalgia bucólica que puso de moda entre la nobleza María Antonieta cuando jugaba a disfrazarse de campesina en la Aldea de la Reina. Más tarde, ya en el siglo XIX, el paisaje fue aún más protagonista en el arte con el Romanticismo, donde era pura fuerza de la naturaleza, y el ser humano se volvió entonces insignificante. O no aparecía, o era directamente era destruido por esas fuerzas incontrolables como el océano y las tormentas. Es así como lo representa Caspar David Friedrich en El mar de hielo (El naufragio del Esperanza).
El paisaje se convirtió, en realidad, en un motivo que podía representar tantas cosas como las personas que vivían en él: introspección y nostalgia del pasado a través de las ruinas, la fuerza naval y el comercio colonial con las vistas de los puertos, la arquitectura y la monumentalidad de las ciudades, o las vacaciones frente al mar de las zonas playeras.
Pero siguió manteniendo su forma de ventana. Que las fotografías tengan forma de retrato o apaisada viene determinado por el formato tradicional de la pintura- un rectángulo vertical para un retrato y uno horizontal para un paisaje. Es decir, el paisaje tiene forma de rectángulo porque así era la forma en la que se enmarcaban tradicionalmente los lienzos, y así sigue siendo también en formato digital.
¿Es un paisaje nuestra identidad?
La tierra, la patria y el hogar
Cuando Niceto Alcalá-Zamora, presidente de la Segunda República, partió de viaje al ser destituido del cargo en 1936, se llevó consigo un puñado de tierra, con el que quería ser enterrado en caso de morir en el extranjero. Salió de España justo antes de que empezara la Guerra Civil y, trece años después, murió en el exilio en Buenos Aires. No tenía prácticamente nada, ni dinero ni posesiones, y había perdido a la mitad de los miembros de su familia, pero aún conservaba aquel puñado de tierra, con el que fue enterrado. A tantos miles de kilómetros de su hogar, aún tenía un pedacito de aquel paisaje del sur de Córdoba que le vio nacer.
La artista puertorriqueña Karla Claudio Betancourt dice sobre su trabajo con pigmentos minerales que “las banderas de los pueblos son sus suelos”. La tierra, y el color de los minerales son una parte inseparable del paisaje que nos rodea. Y quizás esos colores que nos rodean cada día representan más fielmente nuestra identidad que los colores generalmente aleatorios que aparecen en las banderas de los países. El paisaje es un símbolo tradicional del nacionalismo y el patriotismo porque: ¿Qué hay más identificativo para el estilo de vida y las creencias de un pueblo que el lugar del que vive y en el que vive? Además, ambas corrientes, paisajismo y nacionalismo, tomaron fuerza paralelamente en Europa en el siglo XIX.
Los aborígenes australianos creen que una persona está atada a la tierra porque un espíritu entra en el feto en el lugar concreto donde estaba su madre en el quinto mes de embarazo. El lugar donde recibe su espíritu lo conecta a ese pedazo del mundo (porque su espíritu vivía ahí) y determina su identidad para siempre. La tierra es un factor esencial en la identidad aborigen – Uluru, el lugar más sagrado de los aborígenes, es una planicie desértica con una montaña roja en el centro donde empezó el universo durante el Tiempo del Sueño.
Su color rojizo viene de ser una tierra rica en óxido de hierro, el mismo mineral con el que los aborígenes llevan decenas de miles de años comerciando y pintando. El arte aborigen, que en muchas ocasiones parece abstracto, es en realidad un mapa. Las pinturas codifican información importante sobre caminos, rutas y lugares sagrados. En las bibliotecas australianas hay guardados textos de conocimientos aborígenes que sólo algunos miembros de la tribu pueden leer. El secreto es una parte importante de la protección de la identidad aborigen en un mundo cada día más globalizado.
Cuando la artista Ana Mendieta fue a México por primera vez como estudiante universitaria tuvo una revelación. Con sólo 12 años había salido de Cuba, enviada por sus padres a Estados Unidos ante las posibles consecuencias que tendría para ellos la Revolución Cubana. La adolescencia de Ana fue traumática y, separada de su hogar y su familia, perdió el sentido de quién era. Cuando va a México como parte de un grupo universitario para estudiar arqueología, se da cuenta de que, por primera vez en muchos años, se siente en casa. Latinoamérica le resulta mucho más cercana que Iowa, donde siempre es “la otra”.
En México realizó su primera Silueta, tumbándose desnuda sobre una tumba excavada en la tierra y cubriéndose de flores blancas. Su deseo de reconectar con su identidad cubana perdida la llevó a hacer muchas otras Siluetas, una serie de fotografías y vídeos en los que su cuerpo de cubre de barro y de hojas, se funde con los árboles, el agua y la tierra. En otras ocasiones se trata sólo del dibujo de su propia silueta corporal sobre la arena o la hierba. El paisaje se convirtió en la forma de recuperar el contacto sus orígenes.
¿Es un paisaje la naturaleza?
Montañas, desiertos y accidentes geográficos
Durante el siglo XIX, las academias de bellas artes de México aplicaban modelos europeos en la enseñanza de las artes plásticas, pero los artistas mexicanos vivían en un paisaje muy diferente al francés o a inglés. Y una de sus señas de identidad eran los volcanes. El Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son dos volcanes que, a principios del siglo XX, se podían ver echando humo desde la ciudad de México, por lo que eran una presencia constante para todos los habitantes del valle. Los volcanes son fuerzas de la naturaleza como las tormentas que pintaba Friedrich: influyen directamente en la vida que los rodea, creadores y modificadores del paisaje, y eran el sujeto favorito del Dr. Atl.
Dr. Atl (“agua” en náhuatl) es el seudónimo que utilizaba el escritor mexicano Gerardo Murillo Coronado (1875-1964), un artista multidisciplinar cuya pasión por los volcanes lo llevaron a convertirse en vulcanólogo. Su interés empezó tras escribir un texto literario sobre el Popocatépetl, el gran volcán de más de 5000 metros de altura. A partir de entonces hizo muchos dibujos, esquemas y pinturas, hasta que terminó viviendo en las faldas de volcanes y presenciando en primera persona la formación y erupción de uno- El Paricutín, en 1943. Su amor por la naturaleza lo llevó a captar el paisaje mexicano de una manera única y acabaría siendo una figura emblemática del paisajismo latinoamericano.
Algo parecido le ocurrió al fotógrafo Ansel Adams (1902-1984), que crearía imágenes emblemáticas del paisaje estadounidense. En 1941 recibió un encargo del gobierno para realizar fotografías de los parques nacionales, reservas indias y otros lugares de EE.UU. Para realizar estas fotos, que serían utilizadas como murales en edificios públicos, viajó por muchos lugares del país. Este trabajo, que nunca se terminó porque un año después Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, acabaría convirtiéndose en la obra más conocida de Adams. Realizó espectaculares fotografías en blanco y negro de montañas, lagos y cañones de varios parques naturales.
Sus imágenes de Yosemite son quizás las más icónicas de este proyecto. Las paredes de roca se transforman en algo casi escultórico, con grandes contrastes lumínicos, mostrando la sombra de una pared de roca al atardecer crear figuras geométricas sobre las montañas. Es interesante aquí el paso del paisaje en pintura a uno en fotografía. La fotografía había tenido un efecto transformador sobre la pintura, dando lugar a las Vanguardias y a una representación más subjetiva de la realidad. El pintor ya no tiene que esforzarse en copiar lo que ve porque para eso existen las fotos. Pero la fotografía fue mucho más allá de la copia y se convirtió en un arte en sí mismo.
Si hablamos de usos monumentales del paisaje para hacer arte, nadie lo ha hecho igual que el artista chileno Raúl Zurita (1950). Sus poemas no se limitan al papel, sino que los escribe en el paisaje mismo. En 1982 escribió el poema “La vida nueva” en los cielos de Nueva York a través de cinco aviones que trazaban las palabras con humo blanco sobre el cielo azul. Las frases tenían 9 kilómetros de largo y todo el proceso fue grabado en vídeo.
En 1993 llegó aún más lejos, escribiendo “Ni pena, ni miedo” en el desierto de Atacama. La frase está grabada sobre la piedra y tiene más de 3 kilómetros de largo, por lo que sólo se puede leer desde el cielo. Las cicatrices del paisaje chileno se equiparan a las cicatrices físicas y emocionales que sufrió durante la dictadura de Pinochet, cuando fue hecho prisionero en un barco y torturado junto a cientos de personas. En sus poemas el paisaje se convierte en sujeto y objeto, en material de inspiración y soporte de sus palabras, acercándose a la obra de arte total.
¿Es un paisaje nuestro pasado?
Paisaje + pasado = arqueología
Fue pensando en el pasado que se me ocurrió escribir este texto sobre el paisaje. Hace unos meses, empecé a recorrer varias ruinas y restos arqueológicos repartidos por la zona en la que vivo, el sur de la provincia de Córdoba, en España. Cuando uno vive en Andalucía, el pasado está muy presente en el entorno, tanto natural como urbano. El sur de la península Ibérica ha sido intensamente habitado desde hace decenas de miles de años. Y mucho antes de eso, hace millones de años, estaba bajo el mar, y aún se pueden encontrar muchos animales y plantas marinos fosilizados en prácticamente cada colina.
El resultado es que cuando sales a caminar por el campo, es muy fácil encontrar restos de todo tipo: fósiles, hachas y chuchillos de sílex, restos de murallas y fortalezas, minas prehistóricas, infinidad de restos cerámicos de todas las épocas y estilos, restos de ladrillos, placas de tumbas, pinturas rupestres o monedas. Esto me hizo pensar en las capas de historia que hay bajo mis pies, en los estratos llenos de cosas, en las ruinas y la transformación del paisaje natural para construir lo que hoy son pueblos y ciudades. El pasado ha modelado tremendamente el paisaje, específicamente, los humanos que nos precedieron.
Las ruinas eran un tema favorito de los románticos del siglo XIX. Por algún motivo, tienen un encanto inexplicable para casi todo el mundo. Esos muros sin techo, suelos llenos de hierba, la naturaleza entrando a raudales por las ventanas, una mezcla perfecta entre el paisaje transformado por los humanos y el paisaje natural. Como esas selvas en Centroamérica tragándose las pirámides mayas o los pueblos fantasma en mitad del desierto cuyas casas están llenas de arena. Son los restos de quienes nos precedieron y ya no están, pero dejaron sus huellas en el paisaje. A veces son civilizaciones enteras que sólo conocemos por estos restos materiales.
El paisaje es la naturaleza, las capas de construcción y de modificación del entorno, es parte inseparable de nuestra identidad, y es lo que vemos a través de una ventana, o del objetivo de una cámara, pero también es mucho más. Lo que comemos, el olor de las plantas de un lugar, el color de la tierra y de las hojas, el clima, el agua, o la ausencia de ella…es un lugar y todo lo que lo acompaña. Es, en esencia, el marco en el que transcurre toda la vida – del que nosotros también formamos parte.